Colgando en las paredes de cada casa hay objetos que dan testimonio a qué tipo de persona vive ahí. A qué dan valor, de sus creencias, de su cultura y de su historia. Colgando en la pared de mi casa hay un objeto que tiene mucha importancia para mi familia – un tambor.

Este tambor no es como los tambores de percusión. No está hecho de plástico ni de metal, cosas tan modernas y sucias en su fabricación, sino de la piel y los tendones de un venado, y de fragrante madera de pino. Pintado de colores vibrantes y con dibujos de diseño indígena, este tributo a la madre tierra simboliza tanto para los indígenas de Norte América.

Los tambores están presentes en todas las ceremonias sagradas y festejos. En estas ocasiones, mientras varias personas tocan el tambor, otras más cantan a su ritmo. Como lo han dejado en un lugar soleado, el tambor ya está afinado y “canta” con su propia voz una canción sonora y grave. Se puede ver su superficie resonar y vibrar con la fuerza con que está siendo tocado. Al igual que lo ves, lo sientes vibrar en las profundidades de tu estómago, te llena de sus vibraciones. Una cosa tan simple y prehistórica para algunos, el tambor es el latido del corazón de la madre tierra para todos los que hayan escuchado su belleza.

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